MATEMATICAS
HISTORIA DE LOS PRIMEROS LIBROS
semítico meridional, cananeo, arameo y el griego
arcaico. Los griegos desarrollaron signos vocálicos
para adaptarlo a su lengua y originaron el primer
alfabeto escrito de izquierda a derecha. Asimilado
posteriormente por los romanos, se constituyó
finalmente el alfabeto latino que es el más utilizado
hoy en día.
Para hacer frente al reto de preservar y transmitir la
cultura, tanto en el espacio como en el tiempo, la
humanidad ha tenido que encontrar la manera de
garantizar la conservación del soporte material y la
integridad de los contenidos, y también buscar la
forma de mantener la finalidad o intención concebidas
inicialmente. Debido a ello, a lo largo de la historia se
utilizaron diversos soportes con características muy
diferentes respecto a su conservación, capacidad
de transmisión de contenidos, intencionalidad, etc.
(paredes de cuevas, megalitos, tejidos vegetales,
pieles, madera, arcilla, papel). En lo que se refiere
a los materiales propiamente utilizados para la
escritura, en un primer momento predominó la
piedra, la corteza de árboles y las hojas de plantas,
el hueso y las conchas, entre otros; posteriormente,
tablillas de arcilla, pieles, telas, papiro, pergamino,
seda, papel y, finalmente, materiales plásticos.
El libro tanto conceptual como materialmente, es
sin duda un logro único, una herramienta definitiva
que ha permitido la conservación y la difusión de los
avances de la humanidad, su historia, sus creencias,
etc. Ha facilitado el intercambio de información
a todos los niveles y ha permitido desarrollar de
manera muy importante la comunicación entre
las personas. Por otra parte, es frecuente, entre
los expertos, llevar el concepto de libro hasta los
primeros tiempos de la humanidad, hablando así
de libro prehistórico u oral y de libro histórico o
escrito.
La palabra libro derivada del latín liber, libri
(membrana, corteza secundaria de los árboles),
figura en el Diccionario de la R.A.E como: “conjunto
de muchas hojas de papel u otro material semejante
que, encuadernadas, forman un volumen”. Una
definición más acorde con los últimos avances
tecnológicos (e-books, audiolibros, etc.) debe
referirse a un soporte relativamente permanente,
multiplicable, y constituido por una o varias
partes iguales, en las cuales se dispone del texto
de un documento o una obra en su totalidad o
parcialmente.
La forma material del libro ha ido evolucionando
a lo largo del tiempo según las necesidades de
información y materiales disponibles. Los primeros
soportes empleados fueron la piedra y las tablillas
de arcilla; luego se fue generalizando el rollo
de papiro egipcio. En la Edad Media el material
más utilizado en Europa fue el pergamino. Un
conjunto de hojas de pergamino eran cosidas y
encuadernadas formando los códices, los cuales
fueron evolucionando hasta los libros que hoy
conocemos. En esta evolución, acontecimientos
importantes fueron la generalización del uso del
papel, la creación de la imprenta y, finalmente,
con los soportes informáticos, la aparición del libro
digital o electrónico.
Mesopotamia
La forma de libro más antigua que se conoce son
las tablillas, consistentes en pequeñas placas de
arcilla, madera, marfil, diferentes metales u otros
materiales que servían de soporte a la escritura.
Probablemente el primer libro de la historia fue
creado en el seno de la civilización mesopotámica
por los sumerios en el IV milenio a.C., y utilizado
después durante tres mil años como método de
conservación y transmisión de información por todo
el Próximo Oriente.
La arcilla, muy abundante en toda la zona entre
los ríos Éufrates y Tigris, se cortaba en pequeñas
planchas de entre 2 y 3 cm. para las tablillas más
pequeñas y hasta 30 cm. para las mayores. Se
escribía por las dos caras sobre la arcilla húmeda
y blanda, al principio con una caña afilada y más
tarde con un estilete de madera o metal a modo de
punzón, luego se dejaba secar al sol o en un horno.
Debido a las características del instrumento con el
que se escribía, romo y de sección triangular, y a los
caracteres en forma de cuña que generaban en la
arcilla, a esta escritura se la conoce como escritura
cuneiforme.
También se emplearon otros materiales
dependiendo de la importancia de los documentos.
Los documentos más valiosos se grababan en
piedra o metales (plomo, oro, etc.). Estos escritos
se caracterizaban por su brevedad, su escasa
circulación y la anonimia. Trataban preferentemente
temas administrativos y económicos, aunque
también conservaron textos épicos, jurídicos,
religiosos, etc.
Las primeras acumulaciones de estas tablillas
dieron lugar a las bibliotecas más antiguas. Las
más famosas de esta época fueron las de Ebla y
los templos de Babilonia y Nínive (S. VII a. C.).
Egipto
La cultura egipcia fue seguramente la primera en
utilizar tintas y un soporte, el papiro, que comparte
algunas características con el papel como:
su ligereza, aspecto exterior, color, flexibilidad,
capacidad de absorción, etc. La planta de la que
se obtenía el papiro (Cyperus papyrus) era una
planta acuática muy abundante en todo el territorio
egipcio, crecía en los cursos de agua de África y
Asia Menor, especialmente a orillas del Nilo. El tallo
de esta planta se cortaba en tiras finas que se
disponían en capas que se iban superponiendo, se
secaban al sol y se pulían hasta formar una especie
de tejido. Después se pegaban en largas fajas
con las que se formaban los rollos o volúmenes.
El papiro fue el material primitivo más empleado en
el espacio y en el tiempo, fue el soporte esencial
del libro en Egipto y su uso se difundió por todo el
mediterráneo a través la cultura grecorromana.
Los instrumentos de escritura más utilizados
entonces fueron primero juncos cortados al revés y
luego la caña (calamos, canna, iuncus), que permitía
una escritura más fina. La tinta se hacía mezclando
minerales, carbón vegetal, agua y goma.
El libro egipcio puede considerarse la segunda
forma de libro de la historia, y se corresponde
con el rollo (rotulus) o volumen (volvere), ya que
el papiro era un material muy flexible que permitía
ser enrollado fácilmente alrededor de una varilla de
madera o metal. En principio se escribía por una
sola cara y para leerlo era preciso desenrollarlo, de
modo que fuera descubriéndose sucesivamente el
texto escrito.
Los rollos de papiro, por su apariencia exterior y
su mayor capacidad para recoger documentos
más extensos, por su fácil manejo y transporte,
superaron rápidamente a las tablillas de arcilla
mesopotámicas; sin embargo, ambos libros
tenían algunas características comunes, como la
brevedad o la anonimia.
La importancia de la religión en Egipto y la difusión
del “Libro de los Muertos”, que constituía una
auténtica guía de tránsito al Más Allá, supuso un
extraordinario desarrollo de la escritura. Además,
fueron descubiertos otros textos de carácter
administrativo, jurídico, legislativo, científico, etc.
Todos estos papiros se conservaban en vasijas
de barro, cajas de madera, estuches de cuero,
etc. o simplemente se acumulaban en archivos
o bibliotecas situados en templos o palacios.
En Egipto, como en Mesopotamia, la figura del
escriba tenía un reconocimiento especial. El buen
funcionamiento de la administración del Imperio
reposaba en diferentes cargos ocupados por
escribas pertenecientes a familias privilegiadas y,
generalmente, descendientes de otros escribas.
Eran educados en las casas de vida que estaban
vinculadas a algún templo y, además de escribir
y leer, aprendían derecho, historia, geografía,
matemáticas, etc.
En la cultura egipcia también se emplearon otros
materiales y soportes como tablas de madera
recubiertas con yeso, piedra caliza, recipientes de
arcilla, pieles, etc., aunque de forma más marginal.
La utilización del rollo de papiro fue una de las
aportaciones más importante de los egipcios a las
culturas siguientes, especialmente por la propia
forma material del libro, el empleo de la tinta y la
inclusión de ilustraciones como complemento
explicativo de los textos o simplemente como
ornamento.
Grecia
La presencia del papiro en Grecia es tardía (hacia el
siglo VII a.C.) y convivió con otros materiales como
las tablillas de madera rehundidas y rellenas de
cera o el pergamino. En el ámbito griego la materia
más abundante era el pergamino, fabricado a partir
de pieles curtidas de animales, las cuales eran más
resistentes y fáciles de obtener que el papiro. Este
soporte material para la escritura se conocía desde
antiguo y se sabe que ya en siglo II a. C. Pérgamo
era un importante centro de su producción, de ahí
el origen de su nombre. El pergamino se fabricaba
con la piel de distintos animales y dependiendo
del animal tenía más o menos calidad. Así, la más
utilizada era la de cabra, oveja, carnero, vaca y
ternera, aunque también se usaba la de camello,
cerdo, becerro e incluso la de asno y antílope.
La piel más apreciada era la vitela, hecha de un
animal más joven, que podía llegar a ser muy
fina. El proceso de elaboración del pergamino era
complejo y costoso, la piel del animal se sumergía
en una disolución de cal que facilitaba la operación
de despojarla del pelo, luego se procedía al raído
con una cuchilla, se pulimentaba con piedra pómez
y se encolaban los agujeros o grietas para obtener
una superficie lisa.
Aunque la obtención del pergamino era cara por
su escasez y por la mano de obra necesaria para
el proceso de preparación, presentaba ciertas
ventajas frente al papiro: se podía escribir por
ambas caras, borrar lo escrito raspando y volver a
escribir de nuevo (palimpsestos), era más resistente
y manejable. Al principio el pergamino se utilizó en
forma de rollo, pero como tenía poca flexibilidad,
fue finalmente sustituido por el codex o códice en
la época romana.
La consolidación del alfabeto griego facilitó la
técnica de escribir y la hizo más asequible a un
mayor número de personas. Por otra parte, el
sistema social griego y su democracia permitían
a cualquier ciudadano libre participar en el
gobierno de la nación, siempre y cuando supiera
leer y escribir, lo que propició la extensión de la
enseñanza. El libro fue alcanzando una relevancia
cada vez mayor. El contenido se diversifica, ya no
sólo incluye textos burocráticos, sino también obras
filosóficas, literarias, etc., además, las obras dejan
de ser anónimas y se reconoce la figura del autor.
En cuanto a las bibliotecas, ha quedado constancia
de la importancia de algunas de Egipto como la de
Tebas, o las bibliotecas dependientes de templos en
Karnak, Dendera, Tell-el-Amarna, etc., pero sin duda,
la referencia más importante de la Antigüedad fue la
biblioteca de Alejandría, fundada por Ptolomeo I (Sóter)
hacia el año 290 a. C. Entre sus fondos albergaba
las obras de la literatura griega y contaba con
traducciones al griego de obras egipcias, babilónicas
y otras literaturas de la Antigüedad. Se cree que
pudo llegar a albergar hasta 700.000 volúmenes. Se
incendió parcialmente en el año 47 a. C., cuando el
emperador romano Julio César tomó la ciudad. Sobre
su total destrucción existen varias teorías y parece
que desapareció definitivamente en el año 391 d. C.,
al ser destruido el Serapeion durante el imperio de
Teodosio I. La otra gran biblioteca de la misma época
fue la de Pérgamo, ampliada por Atalo I en el siglo
II a. C. y enriquecida por su hijo Eumenes II. Ambos
pretendían emular la grandeza de la de Alejandría. En
Atenas, la primera biblioteca se abrió hacia el 330 a.
C. y a partir del siglo III a. C. experimentaron un notable
incremento tanto las bibliotecas públicas como las
colecciones bibliográficas particulares como las de
Platón, Jenofonte, Eurípides, Euclides, Aristóteles, etc.
Roma
Las fluidas relaciones comerciales entre Roma
y los egipcios aseguraron la provisión de papiro
en el mundo romano, aunque también se usaron
otros materiales como las tablillas de madera,
principalmente para anotaciones y para la
enseñanza. Estas tablas se ahuecaban y cubrían de
cera o yeso sobre el que se escribía con un estilete
o un buril. En uno de los bordes de la tablilla solían
hacerse dos agujeros por los que se pasaba un
alambre o una cinta para sujetarlas, y se protegían
con dos placas metálicas. Si se unían dos, tres o
más, al conjunto se le llamaba respectivamente
díptico, tríptico o políptico.
Al final del Imperio Romano se adopta
definitivamente la tercera forma histórica del libro:
el codex o códice. Inicialmente consistía en una
derivación de las tablillas de madera usadas por
los romanos. Entre éstas se fueron intercalando
hojas de papiro y, posteriormente, de pergamino
manteniendo su misma forma y dando lugar al
denominado liber quadratus. Con el tiempo fue
aumentando la proporción de papiro y pergamino,
hasta que terminaron por confeccionarse casi
exclusivamente en estos materiales. Luego, las
hojas aparecían dobladas y agrupadas en forma
cuadrada o rectangular, se cosían y al conjunto
de ellas se añadían dos tapas de madera que se
ataban con correas y servían de protección. De
este modo, el códice fue adoptando la forma de
los libros que hoy manejamos.
Aunque de una forma lenta, el rollo de papiro fue
cayendo en desuso hasta que desaparece a
comienzos del siglo V d. C. El códice de pergamino
se impuso por una serie de ventajas: se podía
consultar más fácilmente, podía contener más texto
porque se podía escribir en ambas caras, era más
fácil de transportar y almacenar, además, por su
encuadernación, se conservaba mejor.
Roma fue la heredera de las tradiciones griega
y etrusca, en cuanto al gusto por el libro y
el conocimiento; no obstante, los romanos
contribuyeron decisivamente a impulsar y difundir
la producción y comercialización de los libros. El
negocio editorial se fue desarrollando mediante el
intercambio y la compraventa de libros. Se considera
a Tito Pomponio Ático, escritor e historiador, como el
primer editor romano, que se hizo célebre por editar
las obras de sus amigos, entre ellos Cicerón. En la
Roma Imperial se crearon las bibliotecas públicas,
de titularidad estatal, a las que tenía acceso
cualquier ciudadano. Cayo Asinio Polión fundó la
primera biblioteca pública en el año 37 a.C., aunque
la idea originariamente era de Julio César, primer
estadista que propugnó estas instituciones. Las
más importantes fueron las bibliotecas Octaviana
y Palatina, creadas por Augusto, y la Ulpiana,
construida en tiempos de Trajano, que fue la mayor
de todas. Durante el desarrollo del cristianismo, en
los últimos tiempos del Imperio Romano, también
se crearon importantes bibliotecas cristianas, como
las de Cesarea, Hipona, Antioquia, etc. En el Imperio
Romano de Oriente, Constantino fundó una gran
biblioteca en Bizancio en el 330 d. C., con obras
de la literatura cristiana y otras obras consideradas
paganas.